1. Discurso-bienvenida-del-Papa- Francisco-a-Bolivia

13.07.2015 09:48

CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE EL ALTO
 Bolivia
Miércoles 8 de julio de 2015
 
Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos y hermanas:
Buenas tardes
Al iniciar esta visita pastoral, quiero dirigir mi saludo a todos los
hombres y mujeres de Bolivia con los mejores deseos de paz y
prosperidad. Agradezco al Señor Presidente del Estado
Plurinacional de Bolivia la cálida y fraternal acogida que me ha
dispensado y sus amables palabras de bienvenida. Doy las gracias
también a los señores Ministros y Autoridades del Estado, de las
Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, que han tenido la
bondad de venir a recibirme. A mis hermanos en el Episcopado, a
los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, a toda la
Iglesia que peregrina en Bolivia, quiero expresarle mis sentimientos
de fraterna comunión en el Señor. Llevo en el corazón
especialmente a los hijos de esta tierra, que por múltiples razones
no están aquí y han tenido que buscar «otra tierra» que los cobije;
otro lugar donde esta madre los haga fecundos y posibilite la vida.
Me alegro de estar en este país de singular belleza, bendecido por
Dios en sus diversas zonas: el altiplano, los valles, las tierras
amazónicas, los desiertos, los incomparables lagos; el preámbulo
de su Constitución lo ha acuñado de modo poético: «En tiempos
inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se
formaron lagos. Nuestra amazonía, nuestro chaco, nuestro altiplano
y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores», y esto
me recuerda que «el mundo es algo más que un problema a
resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa
alabanza» (Enc. Laudato si’ 12 ). Pero sobre todo, es una tierra
bendecida en sus gentes, con su variada realidad cultural y étnica,
que constituye una gran riqueza y un llamado permanente al
respeto mutuo y al diálogo: pueblos originarios milenarios y pueblos
originarios contemporáneos; cuánta alegría nos da saber que el
castellano traído a estas tierras hoy convive con 36 idiomas
originarios, amalgamándose –como lo hacen en las flores
nacionales de kantuta y patujú el rojo y el amarillo– para dar belleza
y unidad en lo diverso. En esta tierra y en este pueblo, arraigó con
fuerza el anuncio del Evangelio, que a lo largo de los años ha ido
iluminando la convivencia, contribuyendo al desarrollo del pueblo y
fomentando la cultura.
Como huésped y peregrino, vengo para confirmar la fe de los
creyentes en Cristo resucitado, para que cuantos creemos en Él,
mientras peregrinamos en esta vida, seamos testigos de su amor,
fermento de un mundo mejor, y colaboremos en la construcción de
una sociedad más justa y solidaria.
Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios
sectores en la vida económica, social y política del País; cuenta con
una Constitución que reconoce los derechos de los individuos, de
las minorías, del medio ambiente, y con unas instituciones sensibles
a estas realidades. Todo ello requiere un espíritu de colaboración
ciudadana, de diálogo y de participación en los individuos y los
actores sociales en las cuestiones que interesan a todos. El
progreso integral de un pueblo incluye el crecimiento en valores de
las personas y la convergencia en ideales comunes que consigan
aunar voluntades, sin excluir ni rechazar a nadie. Si el crecimiento
es solo material, siempre se corre el riesgo de volver a crear nuevas
diferencias, de que la abundancia de unos se construya sobre la
escasez de otros. Por eso, además de la transparencia institucional,
la cohesión social requiere un esfuerzo en la educación de los
ciudadanos.
En estos días me gustaría alentar la vocación de los discípulos de
Cristo a comunicar la alegría del Evangelio, a ser sal de la tierra y
luz del mundo. La voz de los Pastores, que tiene que ser profética,
habla a la sociedad en nombre de la Iglesia madre –porque la
Iglesia es madre– y lo habla desde la opción preferencial y
evangélica por los últimos, por los descartados, por los excluidos:
ésa es la opción preferencial de la Iglesia. La caridad fraterna,
expresión viva del mandamiento nuevo de Jesús, se expresa en
programas, obras e instituciones que buscan la promoción integral
de la persona, así como el cuidado y la protección de los más
vulnerables. No se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano
en cada persona, y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida
por los que Él murió en la cruz.
En una época en la que tantas veces se tiende a olvidar o a
tergiversar los valores fundamentales, la familia merece una
especial atención por parte de los responsables del bien común
porque es la célula básica de la sociedad, que aporta lazos sólidos
de unión sobre los que se basa la convivencia humana y, con la
generación y educación de sus hijos, asegura el futuro y la
renovación de la sociedad.
La Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes
que, comprometidos con su fe y con grandes ideales, son promesa
de futuro, «vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera
del Evangelio» decía san Juan Pablo II (Mensaje para la XVIII
Jornada mundial de la Juventud, 6). Cuidar a los niños, hacer que la
juventud se comprometa en nobles ideales, es garantía de futuro
para una sociedad; y la Iglesia quiere una sociedad que encuentra
su reaseguro cuando valora, admira y custodia también a sus
mayores, que son los que nos traen la sabiduría de los pueblos;
custodiar a los que hoy son descartados por tantos intereses que
ponen al centro de la vida económica al dios dinero; son
descartados los niños y los jóvenes que son el futuro de un país, y
los ancianos que son la memoria del pueblo; por eso hay que
cuidarlos, hay que protegerlos, son nuestro futuro. La Iglesia hace
opción por ir generando una «cultura memoriosa» que le garantiza a
los ancianos no solo la calidad de vida en sus últimos años sino la
calidez, como bien lo expresa la constitución de ustedes.
Señor Presidente, queridos hermanos, gracias por estar aquí. Estos
días nos permitirán tener diversos momentos de encuentro, diálogo
y celebración de la fe. Lo hago alegre y contento de estar en esta
Patria que se dice a sí misma pacifista, patria de paz, y que
promueve la cultura de la paz y el derecho a la paz.
Pongo esta visita bajo el amparo de la Santísima Virgen de
Copacabana, Reina de Bolivia, y a Ella pido que proteja a todos sus
hijos. Muchas gracias y que el Señor los bendiga. Jallalla Bolivia.



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